(Extracto del prólogo del libro “La mirada desobediente”)

Este segundo libro, escrito entre 2007 y 2010, tuvo, originariamente, un título distinto –Punto de fuga– y otra ordenación. Y algunas alusiones veladas al acmeísmo –a veces me da la impresión de que Hoyos es una poeta a la inversa de Pizarnik o Lispector: de Sudamérica hacia el Este–. También una convicción muy profunda la llevó a la nueva óptica: La mirada desobediente. El título, de actitud rimbaudiana, justifica su modo:

Cuando desviamos nuestros ojos en un gesto de pudor, prudencia o educación, la mirada desobedece por instinto y se posa sin contemplaciones, directamente, sobre aquello que intentamos evitar.

¿Es un libro para ver? No creo: no se dedica a mostrar, sino a transformar. Tiene algo de alquimia y transmutación. De conversión de la experiencia interiorizada en objeto poético. Verbal. Dividido en cuatro partes –”Descripción del pueblo”, “El destino a cada paso”, “La vida a sorbos”, “Entre la palabra y el olvido”–, el volumen nos ofrece el proceso y no el resumen de un mundo, algo que va in crescendo. “Descripción del pueblo”, la primera sección, que también podría llamarse The Lost Paradise, sin perder nada, es un tejido de recuerdos y vivencias, con su paisaje con figuras o sin ellas, visto a la luz de este instante: lejos/cerca, presencia /ausencia. Resulta significativo el símbolo de la puerta como gozne entre dos ámbitos y el del agua como imagen del tiempo vivo: Cruzas el umbral / Abres la puerta / En la fuente el agua fluye.

“El destino a cada paso”, sección segunda, a pesar de su insistente toponimia, no es una evocación de lugares, sino una revelación de vivencias, en donde el cuerpo se impone como materia poética, como fulgor llameante, como desorden –ojos, labios, piernas, oído, pelo, carne–, pero no como enumeración caótica, sino como conjuro, como presencia, como verbo edificante, a veces con feroces vocativos o imperativos –función appel– materiales, que no de orante. Así, desenfadado: Oh chico de los tilos / Confiésame / Revélame el secreto de tus ojos luminosos / Como anuncios de neón. Los poemas se van convirtiendo, poco a poco, en allegro o delirio musical, en una verdadera exhibición rítmica, en una sinfonía verbal, donde encontramos desde bellos endecasílabos heroicos, como el sueño paladea la tristeza, hasta llamativos tridecasílabos como inéditos unos labios quizás le basten. Poco a poco, también, los versos de arte mayor se van adueñando del continuum y las agrupaciones cuaternarias y el triunfo de ciertos bloques rítmicos y de fonemas expresivos, así como de imágenes cinéticas –donde la mirada no es la visión sino el enfoque–, dominan el discurso, como ocurre en el poema “Paseo marítimo”: Los sueños que creíamos nuestros / Simple superposición de imágenes robadas.

Jaime D. Parra Nacido en Úrcal (Almería) en 1952, es doctor en Filología por la Universidad de Barcelona, ciudad en la que reside desde 1973. Especialmente interesado por las tradiciones herméticas, las tendencias experimentales y la poesía de mujeres, colabora en publicaciones diversas, como Ínsula, Cahiers Gaston Bachelard, Hora de Poesía, El Ciervo, Le langage et l´homme, Aedom (CSIC), Diario 16, La Verdad, El bosque, Arte Omega, Annuari de Filologia, Barcarola, Lletra de canvi, Quimera, Turia oAlbum Letras-Artes. Publica, entre otros libros, los ensayos y antologías El poeta y sus símbolos (Ed. El Bronce, Barcelona, 2001), La simbología(Ed. Literatura y Ciencia / Montesinos, Barcelona, 2001), Las poetas de la búsqueda(Libros del Innombrable, Zaragoza, 2001), Místicos y heterodoxos (March Editor, Barcelona, 2003) y The Other Poetry of Barcelona/ La poesía otra de Barcelona (InteliBooks, California, 2004), éste en colaboración con Carlota Caulfield. Colabora, en vídeos y filmaciones sobre poetas y artistas, como Lectura(es) de J.E. Cirlot (In Medias Res, Univ. Pompeu Fabra, Barcelona 1998), de E. Bonet; La mirada de Bronwyn (Peu al Buit, Tarragona, 2005), de Gerard Gil; y Beneyto desdoblándose (La Huella del Gato/Ministerio de Cultura, Madrid, 2010), de Adriana Hoyos. Como poeta es autor, entre otros, de Contrición bajo los signos (Delphos, Barcelona, 1978); Huellas vacías(March Editor, Barcelona, 2005), prólogo de Américo Ferrari; y Escolium (La plaquetona, Barcelona, 2007), diseño de Carles Molins. También es autor de Poemas gráficos (La Fábrica, Arte contemporáneo, 1994; y Centre d´Art Santa Mónica, 1999.

jaime parra 001En la sección “La vida a sorbos” se adentra más en el mundo de Eros y del mito, de lo onírico y lo thanático, con evocaciones de lo pánico (de Pan) y dionisíaco, con imágenes cinéticas y conjunciones de contrarios: placeres y tormentos, éxtasis y delirio, la lujuria y el llanto, lo que veo y lo que sueño, verdaderas contraposiciones que recogen la belleza en exilio, la vena eléctrica de la imagen, el furor de las evocaciones. Sin duda una de las secciones mejores del libro, con sus verbos desgarrados de tacto vivo, hirientes (frecuencia de las vibrantes, simples o múltiples, r y rr: rascar, aferrarme, restregar, arrancar), su expresión torturada y delirante, su vena alucinada, siempre al borde del sueño y de la realidad, limítrofe del abismo. A veces se trata de sencillas rupturas del sistema como esta imagen barroca, sonámbula, de la fugacidad en el espejo: La cuchilla afeita el recuerdo / Sobre la barbilla / La espuma de un instante / Borra el rostro. Poesía cinética, con puertas abiertas al tiempo y al no tiempo, abisal, musical, con ecos y tonos que a veces nos llevan de una parte a otra parte, al Este o más al Este: El día que yo muera / Haya música klezmer / Y una fiesta y un baile / Como si fuese una boda.Y más adelante: Encuentro en mi sombra / Los abismos y el frío del exilio. ¿Hay algo más dionisíaco que este tiempo al revés? Del ayer sí al hoy no. La actitud lírica oscila entre la óptica del hablante lírico, el diálogo dramático y la enunciación encubridora.
mirada desobediente beyneto 005La última sección, “Entre la palabra y el olvido”, que vuelve a reunir los opuestos y complementarios –la voz y la pérdida, el nombrar y el callar, el principio y el fin–, se aleja con sabor a nieve deshaciéndose, con una alusión a la mujer de Lot –motivo de la petrificación– y a la nada barroca –Te conviertes en estatua / En sal / En nada–, para concluir con una evocación de la música como arte terapéutico con una interrogación abierta, junguiana: Que la música inocule su pócima en el alma / Que te salve o te aniquile / ¿Acaso no es ella la que puede matar / O hacer cantar al Ruiseñor?
Miro ahora la foto de una mujer joven, con el cabello rubio y leves rizos dorados enmarcando su mirada. Pienso que la cúpula de la torre se ha puesto áurea. Color de sol creador, sol sonoro. Carl G. Jung o Giorgio de Chirico o Mircea Eliade –¿qué más da?–: símbolo de ascensión. Los personajes se ponen de oro cuando se acercan a la música o cobran alas: como los pájaros. Ave o sol. Donde los sonidos se funden con la luz.

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